•21 •Enero• 2019•
: Anaximandro Vega
Chola, cholita…
humilde y jugosa como las chilifrutas,
fresca como el agua de tus cántaros,
tierna y dulce
como la leche del choclo recién venido.
Tu vestido –gracia de fucsia–
apenas deja el regalo
de la espiga quemada de tu carne.
Tu cuerpo –vaso dorado–
se columpia entre el río y la montaña,
canta entre árboles y frutas,
haciendo desnudar las antaras
o saltar chispas de crepúsculos
en los altos molejones de los cerros.
En tus ojos muy rumos de cañadas,
en tus mejillas madura y aroma el sol,
tus senos mudan los senderos
con su insolencia olor a chirimoya
y en tu boca se curva el infinito
y se duerme la flecha del recuerdo.
Chola, cholita…
tú que eres el encanto de todas las estrellas
y sólo al mirarte bulle el manantial,
tú que eres más pura que las madrugadas
o los mediodías después de la lluvia;
piensa que eres libre
como los tordos o la espuma.
Pero
los días se duermen en tus brazos
y en la rama del silencio
apoyas tus cansancios.
Ya que el camino se te hace duro a veces
que un ansia dulce-amarga
trepa hasta tu garganta,
que sientes la fiebre de un rumor que salta
desde tus entrañas
hasta tu mirada
y se vuelve afán.
Chola, cholita…
eres lanzadera de un inmenso telar
en que con los hilos de tus esperanzas
vas tejiendo horas nuevas
mientras a lo lejos se alzan llamaradas.
Pura, limpia, dulce, fuerte,
eres la mujer con que la raza sueña
y ya puede encontrar.
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